Es un verdadero regalo, una verdadera alegría después del ajetreo diario y aún cuando los sacerdotes tenemos nuestros tiempos de oración, tener dos horas a la semana en silencio y soledad en total intimidad (y a la vez en comunión) con el Señor.
Además de la adoración siempre hay un momento para pedir, interceder por tantas personas que lo necesitan.
Como aportación tanto personal como eclesial, hay como dos cosas fundamentales que yo veo:
Se valora más el silencio y la Eucaristía (la experiencia de sin mi no podéis nada)
Ver unidos a todos los grupos. Es una ocasión de comunión en la fe que todos tenemos de los diferentes grupos y asociaciones. Es un motivo de unidad y apoyo enormes.